Prerromanticismo en España
Lírica de transición al Romanticismo
Justo Fernández López
En el siglo XVIII
comenzó a abandonarse la idea de que la belleza es un valor absoluto y objetivo
(Platón) para ver en ella el producto subjetivo de nuestra conciencia, dotado
de un valor relativo. Todos nuestros conocimientos provienen de los sentidos, base
también del goce estético. Esta doble dirección subjetivista y sensualista tuvo
enormes consecuencias en la producción poética del siglo XVIII.
Precursor del
Romanticismo fue la doctrina filosófica del sensualismo en Inglaterra, según la
cual el origen de las ideas se halla en las sensaciones recibidas del exterior.
El sensualismo es una doctrina epistemológica que afirma que todos los
conocimientos tienen su fundamento en los sentidos y, particularmente, en las
sensaciones. Esta doctrina dio una gran importancia al estudio de las
sensaciones (sobre todo las agradables), por considerarlas como base del goce
estético. Lo agradable es lo bello. El sensualismo es una doctrina ética que
sostiene que los placeres de los sentidos o placeres “sensuales” son los que
proporcionan al hombre la verdadera felicidad. Nada hay en el intelecto
que no estuviese previamente en los sentidos (“nihil est in
intellectu, quod non prius fuerit in sensu”, que decía Santo Tomás de Aquino).
Esta es la tesis del sensualismo y el empirismo filosófico, por ejemplo, de
John Locke (1632-1704).
La filosofía
sensualista inglesa con su exaltación del mundo de las sensaciones hace posible
la aparición de la novela sentimental que describe las sensaciones
conmovedoras. Esta clase de novela coincide con la blanda sensibilidad burguesa
dominante en la época. La poesía inglesa con su visión entusiasta de la
naturaleza rústica y su melancólico lirismo (Young, Thompson y Macpherson)
produjo una oleada de sentimentalismo en Europa. La Enciclopedia, con su
exaltación de la filantropía y el humanitarismo, preparó el camino a la libre
expresión de las emociones. La unión de las ideas filosóficas y de
sentimentalismo es una de las características de la segunda mitad del siglo
XVIII.
El impulso
prerromántico más grande se debe, sin embargo, a J. J. Rousseau. Si Voltaire es
el símbolo del espíritu crítico e irónico, es Rousseau el representante de lo
apasionado y “sensible”, del humanitarismo naturalista. Su idea fundamental de
que el hombre es bueno por naturaleza y su negación del pecado original le
llevan a considerar el progreso como malo para el hombre y a exaltar la pureza
primitiva del estado natural del individuo. Sus elogios de la naturaleza
sencilla y del paisaje libre y agreste son completamente distintos del
artificioso bucolismo clásico. La justificación de los sentimientos como
impulsos naturales del hombre difundió en Europa una impetuosa corriente de
sensibilidad lacrimosa. La curiosidad por los países exóticos (China, India,
Arabia) comienza a competir con la mitología grecolatina. Más tarde, el
descubrimiento de las ruinas de la antigüedad clásica por Winckelmann lleva al
descubrimiento de Grecia por Hölderlin.
Tendencias
prerrománticas en España
Los prerrománticos
son, en parte, los mismos autores neoclásicos que o se encuentran en su etapa
de madurez o cultivan algunos géneros literarios distintos a los del
neoclasicismo. En los autores prerrománticos predomina la introspección, los
sentimientos personales y la superación del encorsetamiento expresivo. En ellos
aparece una nueva visión de la naturaleza más amable o nocturna y desatada,
pero llena de dinamismo.
Esteban de Arteaga
(1747-1799) es el más importante tratadista de estética que produce el siglo
XVIII español. En sus Investigaciones filosóficas sobre la belleza
ideal(1789), centra su interés en torno al hombre y sus sentimientos.
Frente a la estética neoclásica que había identificado la belleza con la verdad
y afirmado la primacía absoluta de la razón, Arteaga sostiene que el poder de
la razón no es absoluto sino que está modificado por el sentimiento y el gusto,
ideas que anticipan el romanticismo: la belleza ideal no es más que un fenómeno
de conciencia sin realidad externa; justifica lo feo en el arte; postula la
necesidad de un drama musical concebido como una síntesis de artes (idea
prewagneriana).
En la primera
mitad del siglo XVIII, la literatura española tiene rasgos parecidos a los del
romanticismo de cien años más tarde: El concepto de la libre creación artística
en Feijoo, el gusto por la escenografía efectista, el tema poético de las
ruinas, etc. Estos rasgos son, sin embargo, más bien restos del barroco
español.
En la segunda
mitad de siglo XVIII, sobre todo en el último cuarto de siglo, ofrece España
las características del prerromanticismo europeo. Se justifica la unión de lo
trágico y lo cómico, se valora el gótico y se defiende la expresión literaria
de lo maravilloso. En teatro se alía un sentimentalismo lacrimoso a reflexiones
filosóficas melancólicas. Se exalta la libre expresión de los impulsos
naturales y de las emociones más íntimas.
En España todos
los grandes escritores del XVIII muestran al final influencias prerrománticas,
pero los más importantes autores son los componentes de la segunda Escuela
poética de Salamanca y los de la Escuela poética de Sevilla.
A juicio de Arce,
la línea prerromántica alcanza su cúspide en los versos de Meléndez Valdés,
Cienfuegos y Sánchez Barbero y “se agota apenas avanzado el siglo XIX”. Quizá
haya que matizar algo estos límites pues algunos miembros del grupo de Sevilla,
especialmente Blanco-White y Manuel María del Mármol, escriben poemas
claramente prerrománticos ya muy metido en el nuevo siglo.
Poco a poco, todos
los grupos del neoclasicismo van concurriendo al albor prerromántico y así nos
encontramos con poetas como Álvarez de Cienfuegos, en cuya última poesía
abundan los tonos melancólicos y misteriosos y en la que vemos aparecer motivos
medievales y orientales; Quintana, que, pese a su enciclopedismo francés y a su
conservadurismo neoclásico, termina por aceptar algunos motivos románticos;
Juan Nicasio Gallego, conservador, pero que muestra en algunas ocasiones una
mezcla de elementos neoclásicos y románticos; Somoza, que más que un
prerromántico es un neoclásico tardío, pues empieza a escribir en 1830, fecha
que, poco más o menos, marca el final del neoclasicismo; Maury, que usó la
polimetría en alguna ocasión, que hizo descripciones románticas en su romance
La timidez, y que presenta una ya decidida emotividad de fácil corte popular en
La ramilletera ciega.
En cuanto a la
métrica, los poetas del XVIII y principios del XIX siguieron cultivando, por lo
general, las formas heredadas del siglo anterior, si bien se advierte en ellos
la tendencia al uso del endecasílabo blanco en los poemas de carácter
filosófico y moral.
DISCUSIÓN SOBRE EL PRERROMANTICISMO
Desde que Van
Tieghem (París 1924) utilizara el término “prerromanticismo” para
caracterizar una buena parte de la literatura europea desde mediados del siglo
XVIII, el término ha llegado a ser moneda de uso común entre los historiadores.
El prerromanticismo fue considerado por algunos autores en función del
Romanticismo y, por otros, como una matización de la Ilustración.
Rinaldo Froldi (1983) cree
que no se debe elevar a categoría de época lo que solo ha sido un momento estilístico. Para este crítico italiano «Ilustración» designa un movimiento
cultural complejo. Las nuevas tendencias literarias que se introducen en Europa
influidas por el pensamiento sensista encajan en el pensamiento ilustrado. No
se puede reducir un fenómeno tan complejo como la Ilustración a un rígido
racionalismo, siendo así que el hallazgo de la sensibilidad y el reconocimiento
del sentimiento como modalidad fundamental, al lado de la razón, provienen
precisamente de la Ilustración. El problema del concepto
«prerromanticismo» radica en que hasta principios del siglo XIX lo
«romancesco», que no «romántico», remitía exclusivamente al ámbito de la novela
y su mundo fantástico e irreal.
«Habría que ir
remontando la Historia hasta llegar al límite imperceptible, casi penumbroso,
en que el Romanticismo, que trata de alborear, se desprende del Clasicismo,
postrado y decadente. ¿Qué es Meléndez Valdés sino el precursor más glorioso
del Romanticismo? ¿Quién no ve sino un romántico, un prerromántico,
en José Cadalso, autor de esas Noches lúgubres (1771/72,
publicación 1789-90), en que se realiza la más estrafalaria y fantástica hazaña
romántica? ¿Y qué es sino un poema romántico la epístola en que Jovellanos
describe una estada suya en el Paular?» (Azorín: Clásicos y modernos 1913,
en Obras completas, Madrid: Aguilar, 1947, vol. II, p. 774)
«¿Cuáles son los
orígenes del Romanticismo en España? Se ha hablado siempre, al tocar este tema,
de las influencias extranjeras; cualquiera diría que el Romanticismo es cosa
que ha nacido entre nosotros únicamente por sugestión extraña.
Se aquilatan las influencias de Francia y de Inglaterra y de Alemania; pero ¿y
la propia corriente española? ¿Y el ambiente que se iba formando, poco c poco,
desde antes del siglo XIX, antes de la revolución romántico (...) Cadalso,
Meléndez, Jovellanos: románticos, descabellados románticos, desapoderados
románticos; románticos antes, mucho antes, del estreno de Hernani en
París. ¿Cómo no se tienen en cuenta todos estos antecedentes cuando se estudia
el Romanticismo en España?» (Azorín: Rivas y Larra. Razón social del
romanticismo en España, en Obras completas; Madrid: Aguilar,
vol. III, pp. 338-339)
«La crítica ha
podido descubrir en la literatura del período el inicio de una renovación. Pero
convendría ponerse de acuerdo sobre su alcance. Se busca en el pasado los
signos precursores de una época conocida de nosotros, pero que los escritores
del momento estaban muy lejos de imaginar. Así sucede con el prerromanticismo.
Esta tonalidad melancólica, estos torrentes de lágrimas que se vierten a cada
momento, esas correspondencias entre naturaleza y estados de ánimo, son
características de todas las literaturas europeas en la segunda mitad del siglo
XVIII. Pero ¿es el “alma sensible” asimilable al “mal del siglo”? La cosa
admite dudas. Muy a menudo se ha reducido el siglo XVIII a su dimensión
racionalista y filosófica, cuando en realidad razón y sensibilidad son en él
indisociables. El Rousseau de El contrato social no se opone
al de La nueva Eloísa. No sucede de manera diferente en España. En
Meléndez Valdés, por ejemplo, el espíritu filosófico y el “alma sensible” se
conjugan para comulgar juntos en el altar de la filantropía y del humanismo.
Además, conviene
distinguir entre los temas y las escrituras. Si el romance de Meléndez
Valdés, Doña Elvira (cuya fecha además se desconoce), pudo
parecer a algunos “prerromántico”, fue más por su tema medieval que por sus
rasgos de estilo, en el que algunos arcaísmos no bastan para transformar una
escritura decididamente neoclásica. De todos los poetas de la generación de
Meléndez, sin ninguna duda es Cienfuegos (nacido en 1764) el que se toma
mayores libertades a la vez con el léxico y la sintaxis; pero muere en 1809 y,
por lo tanto, pertenece al siglo XVIII.
Más significativa
de la evolución de la sensibilidad es la distancia creciente entre las normas
que pretenden imponer los teóricos y los gustos del público. En el teatro, las
obras que se conforman con el ideal ambicioso de Jovellanos y Moratín solo
representan una ínfima parte del repertorio. El público otorga aún sus favores
a las comedias de Calderón, Lope, Moreto, etc., y mucho más a las “comedias de
magia” y a otras obras de gran espectáculo; pero se despepita por la comedia
sentimental y el melodrama (Kotzebue, Pixérécourt, etc.), que empieza a invadir
la escena española en los últimos años del siglo XVIII, y las traducciones o
adaptaciones de obras francesas contemporáneas (de Scribe y Ducange sobre todo)
ocupan un lugar cada vez más importante. En el decenio de 1820, finalmente,
empieza el entusiasmo por la ópera.» (C. Morange, en Canavaggio 1995, t. V, p.
35)
Joaquín Arce en La poesía del
siglo ilustrado (1981), sostiene que los autores neoclásicos
y prerrománticos son rigurosamente coetáneos, aunque siente la lírica de modo
distinto. “El Neoclasicismo es más persistente en el tiempo que las
manifestaciones prerrománticas, manteniéndose cuando estas se han extinguido
por completo”, entre 1770 y 1790 conviven, según Arce, todas las corrientes
poéticas que caracterizan el siglo XVIII. Las corrientes ilustradas del rococó
y el prerromanticismo y neoclasicismo no son sucesivas. La Ilustración es “el
gran movimiento que precede al Romanticismo”. El equívoco, prosigue Arce, es
vincular lo prerromántico a lo romántico, forzados por el nombre. El
prerromanticismo, que culmina en España entre 1780 y 1890, posee aspectos “que
el romanticismo elabora después”, pero le separa la típica atmósfera ilustrada
en que nace y se desarrolla. La cúspide del prerromanticismo la forman Meléndez
Valdés, Cienfuegos y Sánchez Barbero, con Jovellanos como ilustre antecedente.
“El Romanticismo llega a España con retraso, cosa que no puede afirmarse del
movimiento prerromántico”.
Aquí Martínez Torrón
(1993) disiente de Arce. Para él, Manuel José Quintana (1772-1857) es el primer
romántico español, y el romanticismo llega a España en los años anteriores a la
Guerra de la Independencia.
«Tenemos claro que
el neoclasicismo avanza en España hasta la primera mitad del siglo XIX, con la
muerte de Alberto Lista. Y que el prerromanticismo puede constituir un rasgo de
la ilustración, una derivación sentimental que surge de Rousseau. La verdad es
que, si nos detenemos a pensarlo, tanto el racionalismo dieciochesco como el
sentimentalismo prerromántico surgen de los “philosophes” franceses sobre los
años de la Revolución Francesa. Los dos movimientos, el racional y equilibrado,
y el sentimental y apasionado, ya se daban coexistentes en su germen. ¿Por qué
no iba a desarrollarse en paralelo, si bien predominando en una u otra época?»
(Martínez
Torrón 1993: 73)
R. P. Sebold
subraya la relación existente entre Neoclasicismo y Romanticismo. La nueva
actitud de los escritores de las segunda mitad del siglo XVIII frente a la
naturaleza sería debida al impacto de la filosofía sensista de John Locke (1632-1704), pensador
inglés, máximo representante del empirismo, y Étienne Bonnot de Condillac
(1715-1780), representante del sensacionismo: no existen las ideas innatas,
todo el conocimiento deriva de la percepción que proporcionan los sentidos y
las sensaciones. El mundo natural pasa a reemplazar al sobrenatural del Dios
cristiano. Los sentidos juegan ahora un papel esencial en la forma de
relacionarse con el mundo material y proporcionan una forma más dinámica del
entorno natural.
Para R. P. Sebold, en las obras de los
poetas del último tercio del siglo XVIII se manifiesta ya plenamente la
cosmogonía romántica, tal como la resumen Américo Castro: una concepción
panteísta del universo en cuyo centro está el yo. Así la evolución que lleva
del neoclasicismo al romanticismo representa un proceso natural, una evolución
de grado. La nueva sensibilidad y actitud sensacionista neoclásica es ya la
base para la representación del drama romántico. Solamente hay que añadir una
dosis de desilusión para que el optimismo ilustrado dé paso al desengaño y al
pesimismo más negro, a lo que Meléndez Valdés en El melancólico (1794) el nombre de fastidio universal. El poeta neoclásico
sería, pues, un “neoclásico desilusionado”. La comedia lacrimógena o
sentimental y la poesía descriptiva de finales del XVIII formarían la base de
este primer romanticismo.
Para Eva Marja K.
Rudat (1982) las denominadas tendencias
prerrománticas son un elemento más del neoclasicismo español, que se podría
denominar como hace Patrick Brady: «racionalismo sentimental». La contraposición entre
Neoclasicismo y Romanticismo es la diferencia entre razón y sentimiento, que
caracteriza al empirismo sensualista y que el Neoclasicismo, cuyos efectos
perniciosos el neoclasicista explora con interés.
Pero, aunque el
Neoclasicismo no está reñido con el sentimiento, esta contraposición desemboca
en un individualismo que separa al hombre de la naturaleza, idea contraria al
la idea del yo romántico. La melancolía ilustrada de origen sensista es
resultado del acercamiento a la naturaleza, que altera los sentidos y provoca
tristeza. Un determinado estado anímico puede alterar la percepción de los
sentidos y enturbiar la razón. Por eso el ilustrado indaga los sentimientos y
sus efectos buscando constantemente un equilibrio con la razón. Mientras que el
poeta romántico se concibe a sí mismo como un “yo” transformador e inventor de
la naturaleza en un sentimiento que va de dentro afuera. La mente del romántico
no es la tabula rasa del empirista, una hoja en blanco sobre la que la
experiencia imprime el conocimiento. El poeta deja de ser espejo para
convertirse en lámpara que arroja luz sobre lo que le rodea.
El sentimentalismo
ilustrado plantea una reflexión acerca de los trastornos que en el hombre
racional provoca un estado de exaltación sentimental. Trastornos que pueden
afectar su relación con la sociedad al provocar un exceso de egoísmo. De ahí el
necesario equilibrio entre la fantasía y la razón que la moda sentimental
nacida en el seno de la Ilustración española reivindicaba.
«Parece obvio que esa
cosmogonía romántica deriva directamente del sensismo ilustrado, aunque a veces tenga
manifestaciones, si no opuestas, sí muy divergentes; unen sus
raíces en un mismo concepto de individuo derivado del racionalismo cartesiano y
del empirismo. Y es que no siempre se ha señalado con la suficiente claridad
que Ilustración y Romanticismo forman parte de la misma modernidad inaugurada
por Descartes, Locke, Newton y Bacon, y sus semejanzas -más claras que las que
puede existir, por ejemplo, entre el Romanticismo y el mundo caballeresco
medieval tan reivindicado por aquél- no deben extrañarnos, como no nos extrañan
sus diferencias.
La Ilustración marca el inicio de la modernidad en Europa, la
liquidación del Antiguo Régimen. Un inicio tímido todavía en España, que
desarrollarán a trompicones las revoluciones burguesas del siglo XIX. Pero
considerar la Ilustración como un movimiento prerromántico, o arrebatarle lo
más interesante de su evolución estética para concedérselo al Romanticismo me
parece menospreciar un movimiento que tiene por sí mismo enorme coherencia.»
(Juan Rodrígueztomado de : http://hispanoteca.eu/Literatura%20espa%C3%B1ola/Siglo%20XVIII/Prerromanticismo%20en%20Espa%C3%B1a.htm
apple watch stainless steel vs titanium steel vs stainless steel
ResponderEliminarapple tungsten titanium watch titanium blue stainless steel vs titanium steel vs trekz titanium pairing titanium steel. titanium belly ring Find our Price on Apple Watch Stainless Steel vs Titanium Steel. Find more and buy our $59.99 titanium muffler · Out of stock